
“A los opositores, que me dejen trabajar; les vamos a callar la boca con resultados”: Aranda
Entre plegarias y amenazas, Aranda pidió que no la critiquen.
En un nuevo intento por silenciar las críticas y disfrazar el descontento creciente en Ibagué, la alcaldesa Johana Aranda lanzó declaraciones cargadas de frases religiosas y acusaciones, en las que respondió a sus detractores no con argumentos, sino con una mezcla de victimismo y amenazas retóricas.
Entre plegarias y advertencias, exigió que no la critiquen y advirtió que a quienes cuestionan su gobierno les “callará la boca” con resultados, aunque las obras sigan a medias y la inconformidad ciudadana no deje de crecer. “Es con resultados y con hechos bien hechos que vamos a callar esas bocas”, expresó la mandataria, en lo que pareció más una advertencia desafiante que una convocatoria al diálogo.
Mientras la ciudad lidia con huecos, inseguridad, regueros de basura, improvisación administrativa y una opinión pública cada vez más crítica, la burgomaestre optó por señalar que quienes cuestionan su gestión “quieren el retraso de un territorio”.
En vez de rendir cuentas por el desorden en las contrataciones, las fallas en la ejecución de obras y el inconformismo generalizado, la alcaldesa prefirió recurrir a un lenguaje místico para desviar la atención: “Es hora de bendecir esta tierra maravillosa… hablar bien de la ciudad… profetizar que los cielos se abran para que esta ciudad progrese”, dijo, como si el atraso de Ibagué se solucionara con plegarias y no con gestión seria.
Aranda también se quejó de la molestia ciudadana ante las obras inconclusas o mal planificadas: “Hoy me daba curiosidad cuando se me acercan unos habitantes de Villacafé y molestos por la obra, Dios mío”, expresó con tono de incomprensión, ignorando que es precisamente esa ciudadanía la que sufre los efectos de una administración que parece moverse entre la improvisación y la propaganda.
En medio de lo entrevista, la mandataria dejó ver su intención de posicionarse como figura redentora, asegurando que “la inversión va a ser histórica” y que este será un año “enfocado en entregarles resultados”, como si el año y cuatro meses transcurridos de su mandato no contaran, y como si la frustración colectiva por el abandono de proyectos importantes fuera apenas un capricho de unos cuantos “escépticos y opositores”.
Pero su mensaje no fue uno de reconciliación. Fue un discurso construido para confrontar, para desacreditar al que critica, al que exige, al que fiscaliza. Al que no traga entero. “Déjenme trabajar”, exigió Aranda, como si gobernar sin cuestionamientos fuera una prerrogativa de su cargo.
Y mientras pide “un corazón distinto” a los ciudadanos, su tono deja ver una profunda intolerancia con el disenso, como si hablar de lo que no funciona fuera un pecado. Lo cierto es que ni los rezos ni las frases altisonantes van a tapar los huecos, ni los de la malla vial, ni los de la gestión. Porque no se trata de que “le vaya bien a la alcaldesa”, sino de que le cumpla a una ciudad que ya no se traga discursos con incienso.



